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Blanca, azul, índigo

La conocí una mañana de sol, café con miel y cien olores de colonia. Un collar de cuentas de vidrio le columpiaba en el escote. Un escote como la cañada de un río alegre, con una peca allí y un pliegue allá. Se mesaba una guedeja pasándola por delante del cuello. Y se reía de sopetón, como si la presa de sus carcajadas se rompiera. En los parterres había algo de césped seco y amarillo. Bolas espinosas de papel de aluminio y latas de refrescos. El sol calentaba con ternura, y ella olía a crema de melocotón. Estábamos todos sentados, mirando al cielo, limpio como una pasta de dientes. Si acaso, alguna nube estirada a lo lejos, como una mancha prolongada de tiza que se difumina, como el algodón comestible de las ferias. Y me la presentan mis amigas, las que a veces me invitaban a cigarrillos insípidos. «Esta es Blanca». Me quité las gafas de sol y le di un beso en cada mejilla. Sus pendientes de ágata tintinearon como un monaguillo despistado. Sus ojos eran índigos, de un tono igu...

Ella

Ella, princesa, madre y esposa prometida Ella. Que deslumbra con su regio porte. Que maravilla vistiendo esos coloridos vestidos de verano. Que te mueves como Ginger Rogers cuando bailamos, a pesar de mi torpe juego de pies. Que es capaz de cegar con su irradiante ser el faro de Alejandría. Que no lo sabe, pero cuando me mira, me recorre por el antebrazo una fría gota de nervios y tembleque. Que rompemos a carcajadas cuando Thornton y Danaher empiezan a mamporrearse en El hombre tranquilo . Que cuando llora amargamente cubre sus ojos con sus rodillas para no dejarse ver el semblante, aunque le pida que comparta su dolor conmigo, para hacer más ligera su pesada carga. Que siempre dices que son los pequeños detalles y gestos de amor los que cambian el mundo. Que no me importa celebrar mi cumpleaños un día después a causa de tu olvidadiza personalidad. Princesa. Que me recibiste con los brazos abiertos del perdón cuando metí la pata. Que supiste entender mi gusto por Velázquez, y yo...

El anillo

Un anillo plateado sobre el tercer dedo de la mano derecha. Llevo veinte años portándolo, y la gente me pregunta, curiosea, fantasea, bromea...Yo callo y no doy explicaciones. Me he tenido que acostumbrar a no quedarme anclado en el pasado, ni a volver a maldecirlo. Mi mujer también me pregunta, pero es algo de lo que no quiero hablar con nadie. Me llevo la historia a la tumba. Ana está presente en mi vida, pero no en forma pretérita. Ana vive en mí.   Vive en mi presente, no sé si de manera acertada, pero sí sé que es de manera natural y espontánea. Cuando pienso en silencio, mantengo una conversación con ella; no sé si es imaginada, no sé si es una alucinación auditiva, pero yo la vivo como real, como si estuviera compartiendo algo con ella y quisiera saber su opinión, como si quisiera ser escuchado por ella. Cuando veo algo bello, cuando oigo música enternecedora, me da la impresión de que Ana comparte esas sensaciones conmigo, y que se conmueve. Que nos conmovemos. Cuando...

Hasta que empecé a quererte

Hasta que empecé a quererte Tuve entonces la sensación de que buscaba con su mirada nuestros corazones, adentrándose en su pasado. K. Wojtyla S iempre se ha reservado las cosas que, por una intuición muy suya, entiende que han de velarse. Si mi interior habría que compararlo más bien con cavidades kársticas de algún lugar remoto y yermo, el suyo es un espacio tan habitado como un hogar repleto de vida. Con sus paredes y sus ventanas y sus cortinas, con su ajuar valioso y gastado de tan vivido y sus enseres queridos. Sobre todo, habitado. Un hogar ruidoso donde las siestas son paz armada y todo conspira contra la introspección. Quizás es por esta razón por lo que ella sabe, entre otras cosas, qué callar. No es algo a lo que se haya forzado ni que le haya sido instruido exactamente, sino que le es natural. De alguna manera, preserva un fuego del mundo antiguo en su forma de desenvolverse en el mundo. Otro ritmo. Quizás es la fe que se encarna y el ritm...

La Proeza

La Intrahistoria Hacía tiempo que no salía de copas con amigos. Mucho tiempo. Pero el otro día se dieron las circunstancias externas e internas favorecedoras, y aguanté intempestivamente todo cuanto me iba sucediendo (alcohol y más alcohol, frio y mis sempiternas ganas de irme). Por fin, quedamos únicamente dos de todo el gran grupo inicial. Nunca habíamos sido precisamente nosotros dos los últimos en marcharnos, más bien al contrario, con lo cual, nos mirábamos extrañados, girando la cabeza para cerciorarnos de que se habían ido todos, hasta los más crápulas; ahí estábamos los dos, algo cargados de alcohol, y preguntándonos tácitamente cómo habíamos durado tanto, ya bien entrada la madrugada. ¿Qué nos retenía ahí? No sé de dónde venía la conversación, de qué rincón remoto del pasado, de qué momento absurdo del presente o de qué visión prosaica del futuro, pero lo cierto es que estábamos hablando sobre proezas sexuales de la juventud, algo patéticamente masculino de manera “atemporal y...

Yo te escribo, María

Yo te escribo, María, y no por ser quien eres, sino por ser quien me gustaría que fueras. Hierática y bruna, fumabas con parsimonia en las impostadas arenas de La Playa de las Moreras; a veces incluso, encendía un cigarro cuando tú lo hacías, por si tu subrepticia visión panorámica, que todos la tenemos, intuyeras un guiño de acompañamiento. Un día, resuelto, calculé mis movimientos para salir de la playa al verte marchar, y coincidir “por casualidad”, mientras sacudía parsimoniosamente mis chanclas, sentado con premeditación, por donde habrías de pasar. No recuerdo qué te dije, pero era algo ambiguo, de corte inofensivo, que no podría tomarse como un acercamiento de lagoteo ni de “ligoteo”. Un comentario que podría dedicarle a un viejo con perrito; a un niño con una pelota, o a un señor que, exhausto de correr, se deslizara satisfecho por la acera en sombra. Accediste a detenerte y responderme con una cautela educada, dándome el cabo del carrete que buscaba. Ambos fuimos tácticos, y a...

Postales a S.

Querida S.: Por fin has conocido el Norte. Es curioso que en este tiempo hayamos vivido, de alguna manera, una historia parecida a la que quiso contar Erice. Primero fue el Sur y también nosotros le hemos dado la vuelta a la brújula, aunque su guion tenía una segunda parte que nunca se pudo rodar. Una de las verdades del barquero es que triunfar a la primera requiere de mucho talento o de mucha suerte. Santander es iniciarse en el Norte como Cazale se estrenó en el monte Lee: participando en la mejor película de todos los tiempos. En realidad, los destinos norteños son la carrera de Cazale. Trabajó en tan sólo cinco películas, todas ellas éxito de crítica y premios. Nosotros disfrutamos Málaga, aunque recomendaré, también a mis enemigos, visitarla en meses de brisa. Recorrimos Madrid hasta anclar en el Prado y tu Polaroid debutó en los búnkers de Barcelona. Cantabria ha sido y es distinto: abarcable a paseo, refrescante en su costa y verde como la esperanza, o como la chaqueta...