Yo te escribo, María
Yo te escribo, María, y no por ser quien eres, sino por ser quien me gustaría que fueras.
Hierática y bruna, fumabas con parsimonia en las impostadas arenas de La Playa de las Moreras; a veces incluso, encendía un cigarro cuando tú lo hacías, por si tu subrepticia visión panorámica, que todos la tenemos, intuyeras un guiño de acompañamiento.
Un día, resuelto, calculé mis movimientos para salir de la playa al verte marchar, y coincidir “por casualidad”, mientras sacudía parsimoniosamente mis chanclas, sentado con premeditación, por donde habrías de pasar.
No recuerdo qué te dije, pero era algo ambiguo, de corte inofensivo, que no podría tomarse como un acercamiento de lagoteo ni de “ligoteo”. Un comentario que podría dedicarle a un viejo con perrito; a un niño con una pelota, o a un señor que, exhausto de correr, se deslizara satisfecho por la acera en sombra.
Accediste a detenerte y responderme con una cautela educada, dándome el cabo del carrete que buscaba. Ambos fuimos tácticos, y adornamos nuestras consideraciones climatológicas, con algún signo oculto de la Logia de los solitarios.
Fuimos parcos y prometedores sin exagerar, sonriendo apenas y dejando claras nuestras intenciones de continuar solos y callados tras la coyuntura, como salvaguarda y declaración de principios y límites; de prestarnos tan solo a un ejercicio de urbanidad y fraternidad veraniega.
Tuvimos otro par de contactos del mismo tenor en espaciadas oportunidades subsiguientes y siempre por mi iniciativa calculadamente premiosa.
He pensado en ti muchas veces desde entonces; ensayado diálogos sugestivos e imaginado el tacto de tus finos dedos enlazados con los míos; bosquejado encuentros fortuitos y sonrisas abiertas de bienvenida emocional, mas no he vuelto a verte.
Espero la “primaverano” como una promesa si ambos sobreviviéramos al drama que nos amenaza y aún no conocemos su alcance; aunque no hay certeza de que acabe el confinamiento obligatorio ni de ninguna otra cosa.
¿Traerán los camiones del Ayuntamiento esas toneladas de arena que revistan nuestro campo de juego?; ¿me habrá adelantado algún galán tardío en este paréntesis de meses?
Todo son incógnitas, incluso la de que haya exagerado mis posibilidades de conocerte más profundamente, o quizás, por decirlo mejor, dejar de intuirte como pasatiempo dulce.
No sé en realidad, a qué se deben estos devaneos, quizás se trate de una de esas taras que Natura nos cuela de rondón, dejándonos creer que forman parte de nuestra voluntad.
Ninguno de los dos estamos ya en edad de merecer nada que no sea un declive uniformemente acelerado; aunque mantengamos a duras penas, rasgos de coquetería.
No vamos a repoblar la tierra post coronavirus; pero tal vez, podríamos hacer más amenas, algunas de las horas que nos resten; mirando a los mismos pájaros cabalgando las brisas del estío o descubriendo formas en las nubes que desfilan perezosas por el escenario azul del verano de Valladolid.
Porque aún no he muerto del todo, yo te escribo, María
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