Postales a S.


Querida S.:

Por fin has conocido el Norte. Es curioso que en este tiempo hayamos vivido, de alguna manera, una historia parecida a la que quiso contar Erice. Primero fue el Sur y también nosotros le hemos dado la vuelta a la brújula, aunque su guion tenía una segunda parte que nunca se pudo rodar.

Una de las verdades del barquero es que triunfar a la primera requiere de mucho talento o de mucha suerte. Santander es iniciarse en el Norte como Cazale se estrenó en el monte Lee: participando en la mejor película de todos los tiempos. En realidad, los destinos norteños son la carrera de Cazale. Trabajó en tan sólo cinco películas, todas ellas éxito de crítica y premios. Nosotros disfrutamos Málaga, aunque recomendaré, también a mis enemigos, visitarla en meses de brisa. Recorrimos Madrid hasta anclar en el Prado y tu Polaroid debutó en los búnkers de Barcelona. Cantabria ha sido y es distinto: abarcable a paseo, refrescante en su costa y verde como la esperanza, o como la chaqueta de su ilustre Ballesteros. Cada lugar tiene sus peculiaridades, como cada día tiene su afán, y te agradezco que en cada uno de estos cuatro me hayas ayudado a encontrar ramificaciones de mí mismo que, por algún motivo, permanecían ocultas.

Aciertas a menudo y tu sonrisa más bonita se dibuja cuando sólo puedo darte la razón. La tenías, sin que me pesase reconocerlo, cuando se te ocurrió la idea de intercambiar estas postales de todas las ciudades en las que posáramos pie juntos. Alcazaba, Edificio Metrópolis, Sagrada Familia y aquí te llevas un plano del Paseo de Pereda. Ya sólo nos falta el Poniente para completar nuestra particular pentalogía y la rosa de los vientos íbera.  Mientras escribo en el reverso, me pregunto si tú habrás optado por la misma imagen para la que me quedaré yo. Me he dado cuenta de que nunca son las mismas porque tendemos a escoger el lugar que más ha impresionado al otro; no tenemos el mismo lugar favorito por el mismo motivo que no se puede elegir el mismo color de cepillo de dientes. En cambio, en casi todas las conversaciones rondando estos destinos, lo más repetido siempre son los “Sí, yo también. Parecemos un equipo”. No hay algo que pese menos que lo mutuo. Lo mutuo no pesa ni tampoco cansa. Lo mutuo engrasa y energiza los engranajes que permiten el confluir de las personas. Goethe habló de ello hace más de doscientos años, explicando que se conoce como afines a aquellas naturalezas que al encontrarse se aferran con rapidez las unas a las otras y se determinan mutuamente. Definirse mutuamente no empequeñece al individuo porque combinar siempre es el arte de que dos cosas funcionen mejor juntas. Yo sigo encontrando cada tarde partes de ti que aún no habías proyectado, conformando una hiedra que me envuelve entero, sin ahogarme.

Casi la mitad de tu vida está dedicada a las leyes y su aplicación. Los juicios que tienes que dirigir son la escenografía de algún problema, el inevitable desenlace de lo que siempre será justo para una parte y desgraciado para la otra. Atticus Finch me reconcilió en cierta medida con la temática, pero el Derecho siempre me ha despertado apatía, como las ciudades escandinavas a las que aún no hemos ido. Todo este fin de semana he entendido tus indirectas, animándome a ir pensando en el quid pro quo de volar a la ciudad de los Nobel. Suecia me desanima amargamente y respeto a la gente siempre que entre sus fantasías no esté ese ya tan famoso deseo de ser la Finlandia del sur. Espero que en este punto de la postal estés ya convencida de que deberíamos priorizar nuestro ciclo peninsular. Algún día iremos al hielo, pero créeme que es prudente y necesario estudiar antes los peligros que alberga. Me detengo en esta línea a tomar un trago de agua y antes de pensar en cómo voy a seguir, he encargado a tu nombre El capitán Hatteras de Julio Verne.

A menudo me pregunto cómo de distinta sería mi vida si no nos hubiésemos cruzado, si alguno de los dos tuviese buena orientación y aquella primera conversación jamás hubiese fluido. Nunca me he contestado. Supongo que porque no me importa mucho saber la respuesta, pero sí que he conseguido esbozar un resumen de todo lo que no habría aprendido: no sabría que se pueden convertir los domingos en viernes por la tarde ni que la estabilidad se calcula como la diferencia entre lo que deseas cuando te despiertas y cuando te acuestas. Creería que todo el mundo prefiere dedicar Rebajas de enero a Contigo y seguiría viendo el ramen como un plato incomestible. Nadie me habría contado que, a la larga, las cosas bonitas son más importantes que las útiles y aun sabiendo localizar Costa del Sol, no habría catado el Cartojal, un vino famoso, pero a todas luces sobrevalorado.  Te gusta recordarme cada cierto tiempo que el presente es el único momento seguro, pero inevitablemente tendremos que vivir el resto de nuestra vida en este futuro que  ya llega. Comparto que planificarlo suele ser contraproducente y desesperanzador, pero muchas veces el futuro funciona muy bien si lo imaginas por descarte. Es mucho más sencillo conseguir evitar aquello que no quieres en tu vida que conseguir lo que deseas. Nunca más quiero avispas cerca, ni cenar pescado los viernes, ni volver a viajar sin ti. En Oporto hay buen vino y en Dinamarca sólo hace frío.

De alguna de las muchas formas posibles, te quiere,

A.

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