Amada Mujer



Jamás imaginé que fuera tan complicado escribirte. Tengo un problema y es que en todo cuanto escribo solo busco impresionarte. Tal vez pienses “qué idea tan pobre e irrespetuosa” tengo sobre ti. Pero no soy consciente, debo decir. Busco impresionarte no porque tú busques cosas que impresionen, sino porque quiero hacerte ver algo especial en mí. Lo mejor es la naturalidad, lo sé, pero no siempre resulta sencillo. He tratado de ser sincero en los anteriores intentos que he escrito, pero siento que caigo en tópicos continuamente. Ahora, seguro, vuelva a caer en ellos. Así que no me queda otra que pedirte perdón por adelantado.

La verdad es que pienso en ti y todo cuanto me sale es en clave de cita. Qué cursi todo. Pero, visto de otro modo, ¿no es bello, acaso, pensar en ti y pensar en amor? Espero no liarte: pienso en amor en lo que realmente es amor. Hoy se piensa en amor en todo aquello que no lo es. Dicen que darse un revolcón es amor; bueno, puede serlo pero no siempre lo es. Cuánto me gusta esa frase de Lewis: lo más alto no se sostiene sin lo más bajo. Lo que vulgarmente he denominado revolcón es, en verdad, lo más alto. La unión en cuerpo y alma de mujer y varón. Pero tal unión sucumbe cuando no ha habido nada sobre lo que construir, entonces el tejado se desmorona. Yo quiero construir junto a ti, de la mano, lo más bajo, lo más pequeño, que es, al fin y al cabo, lo más importante; luego construiremos nuestro tejado, lo más alto, y podremos refugiarnos en nuestro castillo infranqueable.

Vislumbro tu silueta femenina en un entorno nubloso, como algo ajeno a mí. Me acerco a ti y te observo. Este cuerpo tan fino y delicado alberga una importante misión, como un código grabado a fuego en tu piel: la familia. Este cuerpo tan fino y delicado, tan antiguo, es más innovador que cualquier máquina: es capaz de realizar milagros. De tu suave tez, de tus rasgos, de tu mirada… de tus entrañas surge el milagro. Sobretodo dentro de ti, pero también de mi, nace y crece un nuevo ser. Un nuevo inquilino habita en nuestro pequeño castillo de miel.

Defenderemos juntos con rabia y pasión los asedios del dragón. No claudicaremos jamás ante el enemigo. Déjame susurrarte lo mejor de todo: hemos vencido. Nuestro amor es simple, férreo y bello como los lazos de nuestros zapatos que nos llevan en nuestro caminar hacia las estrellas, porque eso es todavía más alto. Hemos construido un castillo para emprender un nuevo viaje. No estamos solos y jamás lo estaremos. No dejaremos de sufrir, pero podemos apaciguar el dolor. Permitamos que nuestros hijos caigan y se raspen las rodillas. En tus ojos veo el eterno amor conyugal. Y en el reflejo, a nuestros hijos, el eterno amor maternal. En tu mirada y en tu corazón yace nuestra eternidad.

Mientras yo no olvide ser yo mismo, espero que tú no olvides ser tú misma. Hermosa princesa, permíteme decirte, pronto nos veremos. Tal vez cuando te sujete la puerta. O en una cena de amigos. En la universidad o en el trabajo. Si puede hacerse mi voluntad, cuanto antes mejor: siento un profundo deseo de amarte. Pero hasta ese momento, querida mía, aquí estaré, forjando el hierro de mis huesos, de mis pasiones y de mi voluntad; ensillando a mi veloz corcel, amo de mis virtudes, galopando lejos y rápido de mis tentaciones; abasteciéndome de paciencia y buen hacer, de cariño, de confianza y de valentía; para, llegado el momento, ir a ti y llevarte junto a mí y volver al castillo por construir, la fortaleza que defender; para revivir cada día de mi vida el mirarte a los ojos y contemplar tu inefable beldad. Hasta entonces, me preparo, te espero, te amo.

Siempre tuyo,

X


Comentarios

Entradas populares de este blog

Ella

Hasta que empecé a quererte

Blanca, azul, índigo