La Proeza
La Intrahistoria
Hacía tiempo que no salía de copas con amigos. Mucho tiempo. Pero el otro día se dieron las circunstancias externas e internas favorecedoras, y aguanté intempestivamente todo cuanto me iba sucediendo (alcohol y más alcohol, frio y mis sempiternas ganas de irme). Por fin, quedamos únicamente dos de todo el gran grupo inicial. Nunca habíamos sido precisamente nosotros dos los últimos en marcharnos, más bien al contrario, con lo cual, nos mirábamos extrañados, girando la cabeza para cerciorarnos de que se habían ido todos, hasta los más crápulas; ahí estábamos los dos, algo cargados de alcohol, y preguntándonos tácitamente cómo habíamos durado tanto, ya bien entrada la madrugada. ¿Qué nos retenía ahí?
No sé de dónde venía la conversación, de qué rincón remoto del pasado, de qué momento absurdo del presente o de qué visión prosaica del futuro, pero lo cierto es que estábamos hablando sobre proezas sexuales de la juventud, algo patéticamente masculino de manera “atemporal y ageneracional”. Yo nunca he contado mi secreto (La Proeza), y más de veinte años después, no tenía un especial interés en contarlo: no gano nada con ello (mi ego ya está en su sitio), no soy más hombre por ello (mi testosterona ya está en su sitio), y desde luego, ya no puedo repetirlo (ya nadie está en su sitio). Pero el orgullo del macho es inabarcable, narciso y omnipotente, y empecé a plantearme si narrarlo o no, confesar algo que siempre he considerado histórico en mi biografía en una doble vertiente: el haberlo realizado y el no haberlo contado nunca.
Mi amigo fue el primero en animarse, y me contó algo parecido a un menage a trois, salvo que en vez de trois, eran quatre, tres chicas y un chico, él mismo sin ir más lejos. La primera reacción de un hombre cuando otro hombre le cuenta supuestas proezas sexuales es la de no creerse nada (¿con esa cara?); por principios y por envidia, efectivamente no me la creí al inicio, lo que ocurre es que me hice los mismos planteamientos que anteriormente me realicé: qué gana él contando, a estas alturas de la vida, semejante historia. Y encima, me cuenta que por culpa de alguna de las muchachas, acabó contrayendo una ETS que le tuvo en el dique seco un tiempo. Eso aportó credibilidad al relato, la verdad. Cuando terminó su proeza, me miró algo pedo y me instó a que contara alguna gesta, con esa frase lapidaria que me acompaña de manera perenne en esta vida: ¿Y tú qué, que nunca cuentas nada?
La Confesión
Resoplé algo taciturno, aún dudando de si confiarle mi historia, bebí un trago largo al gintonic recién pedido (¡el cuarto de la noche, what the fuck!), y me sorprendí a mi mismo recordando en voz alta un día histórico de verano, cuando este que escribe tenía veinticuatro años, y vivía tiempos de plenitud y soltería, gozando además de contar con amistades femeninas que me permitían el acceso carnal de mutuo acuerdo sin mayor compromiso. De este grupo de amistades femeninas, increíblemente amplio para lo que yo he sido y soy, había cinco jovencitas con las que me era más fácil y más agradable alcanzar un éxito coital: Carmen I, Julia, Yolanda, María y Carmen II. Siempre en este orden. El orden está grabado a fuego en mi hipocampo desde la gestación de la proeza, desde la estrategia que ideé ad hoc.
Cinco féminas que había ido conociendo gradualmente en diferentes contextos (carrera, hermana de ex amigo, ex pareja , barrio y trabajo, respectivamente); cinco féminas que había ido apreciando espiritual y físicamente y que no se conocían entre sí; cinco féminas sin parejas ni proyectos de noviazgos para conmigo o para con otros; cinco féminas bastante liberales en sus prodigiosas tendencias juveniles y suficientemente ociosas para requerir su compañía de un momento a otro.
La Idea (La Proeza) arribó a mi a través de un debate muy pretérito, también ridículamente masculino, que habíamos tenido unos amigos al respecto de cuántos polvos eras capaz de echar en un día. Indefectiblemente hubo quien derivó el debate hacia el onanismo, cuantificando en siete su récord personal, pero la cuestión se animó cuando se acotó la pregunta en el contexto del acto físico carnal con una mujer, introduciendo a Gorki en la cueva oscura, como muy bien alguien apuntaló. Nada de trabajos manuales. Unos hablaban de tres, otro de cuatro, otro de dos...Yo me callé, prudente. Dos y mucho es, recordaba en silencio. Solo pregunté si tenía que ser con la misma pareja o con parejas distintas. Me miraron extrañados y nadie contestó, todos daban por hecho que era con la misma chica. No sé por qué, ya que tan solo uno de nosotros tenía novia.
Lo interesante del debate es que el planteamiento se me quedó grabado durante semanas, pero sobre todo a raíz de mi pregunta: ¿y si fuera posible con chicas diferentes en un plazo de 24 horas? Así, en mitad de un verano, sabiendo que iba a encontrarme solo en casa, sin familiares, durante seis fantásticos días, La Idea, en forma de reto, llegó a mis dominios mentales. Y me piqué. Me piqué conmigo mismo, coño, como si fuera un examen a aprobar.
Me puse manos a la obra. ¿Cuántos accesos carnales podría yo acometer en 24 horas con chicas distintas? Todos los coitos en casa, me propuse inicialmente, pero si había que desplazarse, pues sin problema. Lo primordial era trazar un plan para que en veinticuatro horas pudiera hacer posible física y temporalmente la Idea, en cuanto a disponibilidad del tiempo de las amigas y en cuanto a disponibilidad mía. Hacer posible significaba que hiciera un cálculo a priori sobre a cuántas amigas podía llamar en ese plazo temporal (24 horas) y con cuántas mi Gorki sería funcional. Focalicé rápidamente a las cinco amigas referidas. ¿Estaban todas en la ciudad?¿Estarían todas el día señalado en la ciudad? Era agosto, coño, y podían largarse de vacaciones...Maravillosamente, todas estaban cuando inicié la estrategia en mis primeras indagaciones. El plan ya echó a rodar. Mi testosterona hizo el resto.
Mi disponibilidad. Yo trabajaba de 10 a 14 y de 17 a 20 horas. Había horas donde no iba a poder acometer embestida alguna, y eso añadía más dificultad. Estaba dispuesto a no dormir, a morir, pero nunca a sucumbir...¡Espartanos! Iba a reventar, desde luego, pero se me metió en los cojones hacerlo. Por lo menos intentarlo. Querer es poder, ¿cierto Gorki?
Por partes. La semana donde iba a estar solo estaba ya fijada en el calendario. Correcto. Se acercaba además peligrosamente al presente de ese momento. Me encontraba más nervioso gestando la estrategia que ante cualquier situación postgrado a las que me he enfrentado. Imbécil e inmaduro que es uno. Las cinco amigas iban a estar en la ciudad, a priori, me decía para animarme. Las había visto con cierta asiduidad la primavera previa y ya en ese agosto les preguntaba indirectamente por las fechas posibles de mi proyecto. Descarté rápido el fin de semana, que es cuando el personal se disipa hacia las playas. Correcto de nuevo. Pongamos... un martes. Dos de ellas trabajaban (Carmen I y Yolanda), iban a estar sí o sí en la ciudad. Otras dos estaban estudiando fuerte para septiembre (María y Julia), y me conocía hasta las bibliotecas donde iban. A una de ellas (Julia) incluso la llevé un par de veces en coche para cerciorarme de sus rutas y proyectos, ijoputa que es uno. Quedaba una, la más compleja, la más díscola, la más fermosa (con razón me quejo de la vuestra fermosura...). Compi de trabajo, Carmen II. En teoría, iniciaba sus vacaciones. Se pasaba el verano rascándose el ombligo y sus contornos inferiores, pero mis investigaciones iniciales indicaban que en esas fechas estaba en la ciudad. La llamé varias veces para preguntarle por sus planes veraniegos y le informé de que iba a tener una semana de soledad en mi casa, por si tenía a bien apuntarlo en su agenda y realizarme alguna visita. No lo olvides, Carmencita (Carmen II), ya te llamaré.
Convertido ya en un absoluto psicópata, frio y calculador, aseveré que las cuatro primeras amigas iban a estar en la city. La proeza podía continuar con solidez real, y con la última joven, me la jugaba; yo seguía con la táctica de recordarle mi semanita de gozosa libertad, y empecé a decirle abiertamente que el martes por la noche me haría mucha ilusión que durmiera conmigo, que hacía mucho que no compartíamossueño (me ponía cursi para ganar adeptos). Utilicé el verbo dormir, lo recuerdo perfectamente. Ella simplemente decía, quejosa: ¡Qué pesado estás! (No lo sabes bien). Pero yo insistía en que memorizara en su cabeza la fecha susodicha.
El orden. Era otra de las grandes cuestiones a organizar concienzudamente. Suena grosero y feo, pero era necesario ordenar adecuadamente la secuencia de féminas que iban a desfilar chez moi, con sus horas de diferencia, y utilizando un asqueroso criterio de selección: la fermosura y la voluptuosidad de su espíritu (y sus carnes), porque yo soy muy espiritual. De menos fermosa y menos voluptuosa a más fermosa y más voluptuosa. De esta manera, Gorki lo tendría más fácil.
(Milagrosamente, vuelvo a una escritura de presente, como si tuviera 24 añazos y me preparara incluso físicamente para la proeza. Ya quisiera yo).
El Plan
Empecemos por Carmen I. Vivía cerca. Eso implicaba que podíamos quedar por la mañana, en mi casa, y como ya estábamos acostumbrados a ese horario, pues habíamos estudiado juntos muchas mañanas en nuestras respectivas casas, nuestro ritmos circadianos se acoplaban como nuestros cuerpos (as her body once did...). La clave era convencerla para que viniera a desayunar conmigo, antes de irnos los dos a trabajar. Carmencita, desayuna conmigo este martes, please, que estoy solo en casa, ¿no te lo he dicho? Bien. Una. Primer coito antes de las 10 de la mañana: se iniciaría la cuenta atrás.
Nos vamos luego hacia Julia, jovenzuela insensata estudiante del último año de carrera. Le quedan dos para acabar y va a por todas. Es la que menos he frecuentado, vive lejos, y va a una biblioteca cerca de su casa a estudiar. ¿Te recojo a la hora de comer, cuando yo salga, y vienes a mi casa a comer? Te llevo después del café de nuevo a la biblio. Y te duchas si quieres. Estoy solo en casa. Funcionará. Le encanta relajarse tras los estudios. Grita mucho, eso sí. Su hermano, otrora amigo, no me habla desde que se enteró de que me la zumbaba. Segundo coito entre las 15 y las 16 horas.
Yolanda de mi vida. ¿Hace dos años que cortamos? Pues desde hace dos años copulamos más que cuando salíamos. No me lo explico. Querida Yoli, ¿te vienes a cenar después del trabajo? Te recojo del tuyo. Salgo entre las 8 y las 9, estoy solo en casa y me tengo que ir a las 11.30 con un amigo a la playa; así nos vemos y sabemos algo el uno del otro. Prepararé tu plato favorito. Mi Yoli era como una especie de ninfómana, y cualquier experiencia sexual en la que pudiera participar pasaba a ser lo primordial en su húmedo horizonte. Tercer coito, alrededor de las 22 horas.
María, tan alta y tan morena. Cuando practico sexo contigo me acomplejo un poco, como te dije, porque mides más que yo. Ya sé que eres baloncestista, pero entre tu altura y tu forma física, a veces uno no sabe si va a rendir adecuadamente escalando entre tus cimas y bajando por tus valles. Vives cerquita, más que Carmen I, y eres la más joven de mi particular grupo. No sé por qué te fijaste en mi, la verdad. Pero es lo que hay. María, guapetona, ¿podrías tomarte una copichuela en mi casa sobre las 00.00 horas? Una nada más. Mañana podrás estudiar sin resaca. Te recojo y te llevo en coche, no te preocupes por la hora. Es que estoy solo en casa, ¿no te lo he dicho? Será breve, porque a la una de la madrugada me voy para casa de un familiar que he de llevar a un pueblo. He de viajar de noche. María es buenaza e inocente, y se anima mucho por las madrugadas porque es más de ritmo diurno, excitándola sobremanera la luna y las estrellas. No sé qué ha visto en mi, insisto. Cuarto coito, entre las 00.00 horas y la 01.00 horas de la madrugada.
Carmen II. Compañera de trabajo. Voluptuosidad a raudales. Fermosura propia de la sinrazón. Cuando ya no pueda más y el depósito esté seco, una mujer como tú hará el milagro. Por eso Tú has de ser la quinta, mi amor. Carmen, guapa, el martes de madrugada vengo de viaje por un asunto familiar. ¿Podría recogerte sobre las 02.00 para dormir juntitos, tal como te dije? Estoy solito en casa, no sé si te lo he dicho. Yo sabía que no se acostaba pronto, que era algo insomne y que le encantaba retozar y hacerse de rogar. Me fiaba muy poco de ella. Me estropea la jugada fijo, pensaba iracundo. Quinto y último coito: entre las 03.00 y las 09:00, cuando el plazo expira. ¿Quién sabe si me espera la Gloria?
Esta era la estrategia sobre el papel, lo cual requería además contactar los días previos con ellas y estar más cariñoso de normal (ya me costaba), aunque fuera por teléfono. Y podían surgir imprevistos, claramente, pero yo creía que más o menos estaba todo lo buenamente que puede estar atado una empresa absurda como la que me traía entre manos.
Llegó el día D. Tremendos nervios. La tarde noche anterior había llamado de nuevo a todas, expresándole con dulces y masculinas palabras los deseos de vernos, una a una, momento a momento, mentira a mentira. Todo parecía ir bien, salvo Carmen II, que no me aseguraba nada. Joder, dormí intranquilo y todo. Los días anteriores practiqué una esmerada abstinencia, intenté descansar más y mejor y practiqué ejercicio. Me entró una duda de última hora al respecto de si alguna de las chicas pudiera tener la regla, pero supongo me lo habrían dicho ya.
Los Hechos
Carmen I llegó sin problemas a casa, a las 8.30 y sin avisar, llamando repetidamente al timbre. Tenía prisa, los ojos desorbitados y venía de caminar algo sudada. Hambrienta, se zampó las tostadas y se bebió el café como si no hubiera un mañana; mientras, mi sentido arácnido iba percibiendo que yo no estaba para nada concentrado en la labor de apareamiento (la puta ropa deportiva). Tan segura estaba ella de que yo quería fornicar, tan práctica y expeditiva como siempre, que tras pasar al cuarto de baño se fue a la habitación que ya conocía metiéndome prisa...¡Venga, que llego tarde! Gorki no estaba muy operativo, la indumentaria sport de ella no ayudaba (el sudor tampoco), así que me esforcé en animarlo, y tras unos instantes, estaba dentro de la cueva de Carmen I. No fue gran cosa, fue muy mecánico y sin sorpresas por parte de nadie. La inercia del pasado me incitaba a ponerme inmediatamente estudiar, acostumbrado como estaba a sus estudius interrruptus coitales. Dos besos y hasta la vista. Primer coito: 09: 15 horas. Sosete, con ropa deportiva de por medio, sabor a desayuno sudoroso. ¡No tengo que estudiar!
Tras salir del trabajo recojo a la hora acordada a Julia. Está contenta, casi eufórica, pues va bien con las asignaturas. Mejor. Le pregunto por su hermano, refunfuña y me llama cabrón. ¿Yo qué he hecho? Me dice que estoy más delgado y me dan ganas de contarle que en estas 24 horas voy a perder algo más de peso. Yo le iba a decir que ella no está más delgada, al revés, pero me lo pienso en aras del éxito de la tarea en ciernes. La llevo prosaicamente a un macdonalds cerca de casa, pidiendo desde el coche, y comemos en mi humilde morada como cosacos. Ni de coña me ponía a cocinar. Y Julia tiene buen saque. Ya en el café hay toqueteos, y ahí mismo, en el sofá del salón, el segundo de los cinco teóricos coitos queda confirmado. Segundo coito: 15: 40 horas. Sigue gritando. Aprobará sus asignaturas. Será una gran abogada.
Yolanda fue recogida en el sitio y a la hora señalada con puntualidad española, o sea, media hora tarde. Mea culpa. En esa época no había móviles y no se podía avisar. La cara que tenía cuando subió al coche era de cabreo. Menos mal que su ninfomanía galopante me salvó el trasero. Compré, que no preparé una comida repugnante thailandesa que le encantaba, con lo que el careto le fue cambiando poco a poco. Las fuerzas empezaban a flaquear, pero con la tremenda imaginación que suele tener una enferma del sexo es posible remontar bajones físicos propios del día y del trabajo, y del esfuerzo ya realizado. Tercer coito: 22:30 horas. Posturas raras. Como siempre, su cara refleja cierta insatisfacción. No te hundas por ello, Gorki, nos han dicho cosas peores.
(El cuerpo empieza a doler; Gorki empieza a quejarse; reposo del guerrero; bebo medio litro de leche, pues una fuente fiable me informó de su gran poder resucitador; pequeñas victorias se van acumulando).
Voy a por María dándome cuenta de que no estoy disfrutando del día. Que voy estresado entre horarios y dudas sobre si voy a poder finalizar con éxito (y Carmencita II me inquieta). María me sonríe en cuanto me ve, y a mi me cuesta ya devolver la sonrisa (una de las conclusiones a las que llegué es que practicar sexo afecta a la musculatura facial y a la mandíbula). Dice que le hace ilusión venir a tomar una copa a mi casa, de noche. ¡Cómo te conozco, María!¡Cómo te seduce la noche! Licor suave para ambos, relajados, notando yo que ella está más en celo que mi apagada persona humana. Ella hace el trabajo, y lo hace tan bien, que rindo, para mi sorpresa aún funciono, uno de mis grandes temores. Te quiero, Gorki. Me dejo hacer ante la envergadura de la morena. Tus deltoides contorneados me engullen al abrazarme como una mantis religiosa. ¿Esos cuádriceps alargados son prolongaciones de tus labios mayores?. ¡Qué abdominales, señorita, son como una escalinata perfecta hacia tus pechos!. Cuarto coito: 00:15 horas. De manera pasiva, saboreo la anatomía de una diosa, que me devora entre músculos contraídos.
(Preocupado por Carmen II; destrozado físicamente, me duelen todos los músculos; Gorki no me habla; no quiero más leche; ¿me voy a rendir ahora?)
La cabrona de Carmen II no me ha confirmado nada. La he vuelto a llamar y ni lo coge. No lo pienso y me planto sobre las 02.00 bajo sus bloques. No la veo. Hay gente en los bares cercanos. Me encanta el ritmo de agosto. Bajo del coche para tener más perspectiva, y entonces contemplo entre aliviado y horrorizado (¿podré con un quinto?) a la hija de Venus como yo la llamaba, o a cualquiera de las tres gracias de Rubens, como mentalmente la denominaba. Viva la voluptuosidad del espíritu, pues yo soy muy espiritual. Sabe que me muero por ella y me hace sufrir adrede. Viene hacia mi riéndose, pero no entra en el coche, parándose ante mi. ¿Te da miedo dormir solo? No respondo, intentando parecer duro y silencioso. Me pasa por la cabeza ponerme de rodillas e implorarle, pero no llego a tanto. No entiende que estoy a un paso de coronarme en el Olimpo de los Machos. Ella estalla en una risotada diabólica y por fin se mete en el coche. Cabrona. Le gusta hacerme sufrir. No me ha dado ni dos besos. Me apetecía estar contigo un rato, le suelto como un gatito pidiendo perdón. Entonces me da un besito en la mejilla mientras me llama tonto, y eso es suficiente para Gorki. Gorki sigue vivo ahí abajo. Carmen II es tremenda, quiere una cervezona en casa, y nos tomamos al final tres cada uno, mientras contemplo sus muslos y sus labios y escote. Gorki es indestructible, pienso, porque soy yo el que sabiendo lo que se juega (mi reto) toma la iniciativa y alcanzo a estimular todas sus zonas espirituales, porque yo soy muy espiritual. Cuando presencio cómo disfruta el espíritu de Carmen II, me veo capaz de todo, no necesito química externa, la interna que he generado endógenamente me lleva a creerme un superhombre, y aunque lógicamente todo se retarda mucho más de lo recomendable para mi nivel físico en esos momentos, el volcán acaba erupcionando en lo que ha sido la batalla carnal más larga de mi vida. ¿Qué te ha pasado? Creía que te iba a dar un infarto, me dice algo estupefacta. Estaba algo cansado por la hora, nada más, le respondo volviendo a encajarme la mandíbula. Lo he conseguido, y me tumbo a su lado exhausto y sudoroso, como si me hubieran pegado una paliza, y con Gorki pidiendo el divorcio y rehabilitación. Y como le prometí, nos dormimos finalmente. Quinto Coito (¡¡¿Quinto Coito?!!): 05: 20 horas.
Volviendo al presente
Mi amigo ha puesto varias veces cara de incredulidad con mi relato. Como va más bebido que yo, pues yo he hablado más, no atina a decir nada. Abre la boca un poco, incluso eructa. Mi relato solo merece un eructo. No sé si se ha enterado bien, pues yo me he acabado emocionando y he hablado en demasía. Pagamos en silencio, y nos prometemos no revelar nunca lo mutuamente confesado. Nos apretamos la mano y nos despedimos.
Reflexiones finales
Haber recordado en voz alta esta historia ante alguien, mientras me oía a mi mismo, así como escribirla, me ha supuesto pensamientos paradójicos, enfrentados, extraños.
Por un lado, rememorar la juventud suele ser hermoso. Al mismo tiempo, rememorar lo que ya se ha ido para siempre es doloroso. Aunque nada pueda hacer volver la hora del esplendor en la yerba, de la gloria en las flores, no debemos afligirnos porque la belleza subsiste siempre en el recuerdo...Tener de nuevo 24 años, tener fuerza y vigor, amar de esa manera a mujeres también jóvenes...Todo se ha marchado para siempre. Me volví a sentir un Dios del Olimpo, que vivía en una casa de cristal. Volver a ser inmortal.
Mientras lo contaba o mientras lo escribía, me parecía un relato inmaduro, infantil, machistorro y vulgar. Paralelamente, necesitaba confesarlo, como si hubiera una necesidad no de ser admirado por ello, sino de redención, de admitir una conducta asquerosilla por mi parte. No oculto, para colmo de contradicciones, que aún me produce orgullo de macho bravío, no puedo evitarlo.
Todos estos pensamientos se mezclan revoloteando en mi cabeza ya puretona, sin juzgarme a mi mismo. Los dejo revolotear como tantos otros pensamientos que me atormentan. Todos esos pensamientos supongo conforman una buena neurosis. Voy a buscar un buen psicoanalista.
Notas Finales: 1. La hora de los coitos refleja la hora en la que finalizaron los mismos. 2.Gorki y yo hicimos las paces.
Hacía tiempo que no salía de copas con amigos. Mucho tiempo. Pero el otro día se dieron las circunstancias externas e internas favorecedoras, y aguanté intempestivamente todo cuanto me iba sucediendo (alcohol y más alcohol, frio y mis sempiternas ganas de irme). Por fin, quedamos únicamente dos de todo el gran grupo inicial. Nunca habíamos sido precisamente nosotros dos los últimos en marcharnos, más bien al contrario, con lo cual, nos mirábamos extrañados, girando la cabeza para cerciorarnos de que se habían ido todos, hasta los más crápulas; ahí estábamos los dos, algo cargados de alcohol, y preguntándonos tácitamente cómo habíamos durado tanto, ya bien entrada la madrugada. ¿Qué nos retenía ahí?
No sé de dónde venía la conversación, de qué rincón remoto del pasado, de qué momento absurdo del presente o de qué visión prosaica del futuro, pero lo cierto es que estábamos hablando sobre proezas sexuales de la juventud, algo patéticamente masculino de manera “atemporal y ageneracional”. Yo nunca he contado mi secreto (La Proeza), y más de veinte años después, no tenía un especial interés en contarlo: no gano nada con ello (mi ego ya está en su sitio), no soy más hombre por ello (mi testosterona ya está en su sitio), y desde luego, ya no puedo repetirlo (ya nadie está en su sitio). Pero el orgullo del macho es inabarcable, narciso y omnipotente, y empecé a plantearme si narrarlo o no, confesar algo que siempre he considerado histórico en mi biografía en una doble vertiente: el haberlo realizado y el no haberlo contado nunca.
Mi amigo fue el primero en animarse, y me contó algo parecido a un menage a trois, salvo que en vez de trois, eran quatre, tres chicas y un chico, él mismo sin ir más lejos. La primera reacción de un hombre cuando otro hombre le cuenta supuestas proezas sexuales es la de no creerse nada (¿con esa cara?); por principios y por envidia, efectivamente no me la creí al inicio, lo que ocurre es que me hice los mismos planteamientos que anteriormente me realicé: qué gana él contando, a estas alturas de la vida, semejante historia. Y encima, me cuenta que por culpa de alguna de las muchachas, acabó contrayendo una ETS que le tuvo en el dique seco un tiempo. Eso aportó credibilidad al relato, la verdad. Cuando terminó su proeza, me miró algo pedo y me instó a que contara alguna gesta, con esa frase lapidaria que me acompaña de manera perenne en esta vida: ¿Y tú qué, que nunca cuentas nada?
La Confesión
Resoplé algo taciturno, aún dudando de si confiarle mi historia, bebí un trago largo al gintonic recién pedido (¡el cuarto de la noche, what the fuck!), y me sorprendí a mi mismo recordando en voz alta un día histórico de verano, cuando este que escribe tenía veinticuatro años, y vivía tiempos de plenitud y soltería, gozando además de contar con amistades femeninas que me permitían el acceso carnal de mutuo acuerdo sin mayor compromiso. De este grupo de amistades femeninas, increíblemente amplio para lo que yo he sido y soy, había cinco jovencitas con las que me era más fácil y más agradable alcanzar un éxito coital: Carmen I, Julia, Yolanda, María y Carmen II. Siempre en este orden. El orden está grabado a fuego en mi hipocampo desde la gestación de la proeza, desde la estrategia que ideé ad hoc.
Cinco féminas que había ido conociendo gradualmente en diferentes contextos (carrera, hermana de ex amigo, ex pareja , barrio y trabajo, respectivamente); cinco féminas que había ido apreciando espiritual y físicamente y que no se conocían entre sí; cinco féminas sin parejas ni proyectos de noviazgos para conmigo o para con otros; cinco féminas bastante liberales en sus prodigiosas tendencias juveniles y suficientemente ociosas para requerir su compañía de un momento a otro.
La Idea (La Proeza) arribó a mi a través de un debate muy pretérito, también ridículamente masculino, que habíamos tenido unos amigos al respecto de cuántos polvos eras capaz de echar en un día. Indefectiblemente hubo quien derivó el debate hacia el onanismo, cuantificando en siete su récord personal, pero la cuestión se animó cuando se acotó la pregunta en el contexto del acto físico carnal con una mujer, introduciendo a Gorki en la cueva oscura, como muy bien alguien apuntaló. Nada de trabajos manuales. Unos hablaban de tres, otro de cuatro, otro de dos...Yo me callé, prudente. Dos y mucho es, recordaba en silencio. Solo pregunté si tenía que ser con la misma pareja o con parejas distintas. Me miraron extrañados y nadie contestó, todos daban por hecho que era con la misma chica. No sé por qué, ya que tan solo uno de nosotros tenía novia.
Lo interesante del debate es que el planteamiento se me quedó grabado durante semanas, pero sobre todo a raíz de mi pregunta: ¿y si fuera posible con chicas diferentes en un plazo de 24 horas? Así, en mitad de un verano, sabiendo que iba a encontrarme solo en casa, sin familiares, durante seis fantásticos días, La Idea, en forma de reto, llegó a mis dominios mentales. Y me piqué. Me piqué conmigo mismo, coño, como si fuera un examen a aprobar.
Me puse manos a la obra. ¿Cuántos accesos carnales podría yo acometer en 24 horas con chicas distintas? Todos los coitos en casa, me propuse inicialmente, pero si había que desplazarse, pues sin problema. Lo primordial era trazar un plan para que en veinticuatro horas pudiera hacer posible física y temporalmente la Idea, en cuanto a disponibilidad del tiempo de las amigas y en cuanto a disponibilidad mía. Hacer posible significaba que hiciera un cálculo a priori sobre a cuántas amigas podía llamar en ese plazo temporal (24 horas) y con cuántas mi Gorki sería funcional. Focalicé rápidamente a las cinco amigas referidas. ¿Estaban todas en la ciudad?¿Estarían todas el día señalado en la ciudad? Era agosto, coño, y podían largarse de vacaciones...Maravillosamente, todas estaban cuando inicié la estrategia en mis primeras indagaciones. El plan ya echó a rodar. Mi testosterona hizo el resto.
Mi disponibilidad. Yo trabajaba de 10 a 14 y de 17 a 20 horas. Había horas donde no iba a poder acometer embestida alguna, y eso añadía más dificultad. Estaba dispuesto a no dormir, a morir, pero nunca a sucumbir...¡Espartanos! Iba a reventar, desde luego, pero se me metió en los cojones hacerlo. Por lo menos intentarlo. Querer es poder, ¿cierto Gorki?
Por partes. La semana donde iba a estar solo estaba ya fijada en el calendario. Correcto. Se acercaba además peligrosamente al presente de ese momento. Me encontraba más nervioso gestando la estrategia que ante cualquier situación postgrado a las que me he enfrentado. Imbécil e inmaduro que es uno. Las cinco amigas iban a estar en la ciudad, a priori, me decía para animarme. Las había visto con cierta asiduidad la primavera previa y ya en ese agosto les preguntaba indirectamente por las fechas posibles de mi proyecto. Descarté rápido el fin de semana, que es cuando el personal se disipa hacia las playas. Correcto de nuevo. Pongamos... un martes. Dos de ellas trabajaban (Carmen I y Yolanda), iban a estar sí o sí en la ciudad. Otras dos estaban estudiando fuerte para septiembre (María y Julia), y me conocía hasta las bibliotecas donde iban. A una de ellas (Julia) incluso la llevé un par de veces en coche para cerciorarme de sus rutas y proyectos, ijoputa que es uno. Quedaba una, la más compleja, la más díscola, la más fermosa (con razón me quejo de la vuestra fermosura...). Compi de trabajo, Carmen II. En teoría, iniciaba sus vacaciones. Se pasaba el verano rascándose el ombligo y sus contornos inferiores, pero mis investigaciones iniciales indicaban que en esas fechas estaba en la ciudad. La llamé varias veces para preguntarle por sus planes veraniegos y le informé de que iba a tener una semana de soledad en mi casa, por si tenía a bien apuntarlo en su agenda y realizarme alguna visita. No lo olvides, Carmencita (Carmen II), ya te llamaré.
Convertido ya en un absoluto psicópata, frio y calculador, aseveré que las cuatro primeras amigas iban a estar en la city. La proeza podía continuar con solidez real, y con la última joven, me la jugaba; yo seguía con la táctica de recordarle mi semanita de gozosa libertad, y empecé a decirle abiertamente que el martes por la noche me haría mucha ilusión que durmiera conmigo, que hacía mucho que no compartíamossueño (me ponía cursi para ganar adeptos). Utilicé el verbo dormir, lo recuerdo perfectamente. Ella simplemente decía, quejosa: ¡Qué pesado estás! (No lo sabes bien). Pero yo insistía en que memorizara en su cabeza la fecha susodicha.
El orden. Era otra de las grandes cuestiones a organizar concienzudamente. Suena grosero y feo, pero era necesario ordenar adecuadamente la secuencia de féminas que iban a desfilar chez moi, con sus horas de diferencia, y utilizando un asqueroso criterio de selección: la fermosura y la voluptuosidad de su espíritu (y sus carnes), porque yo soy muy espiritual. De menos fermosa y menos voluptuosa a más fermosa y más voluptuosa. De esta manera, Gorki lo tendría más fácil.
(Milagrosamente, vuelvo a una escritura de presente, como si tuviera 24 añazos y me preparara incluso físicamente para la proeza. Ya quisiera yo).
El Plan
Empecemos por Carmen I. Vivía cerca. Eso implicaba que podíamos quedar por la mañana, en mi casa, y como ya estábamos acostumbrados a ese horario, pues habíamos estudiado juntos muchas mañanas en nuestras respectivas casas, nuestro ritmos circadianos se acoplaban como nuestros cuerpos (as her body once did...). La clave era convencerla para que viniera a desayunar conmigo, antes de irnos los dos a trabajar. Carmencita, desayuna conmigo este martes, please, que estoy solo en casa, ¿no te lo he dicho? Bien. Una. Primer coito antes de las 10 de la mañana: se iniciaría la cuenta atrás.
Nos vamos luego hacia Julia, jovenzuela insensata estudiante del último año de carrera. Le quedan dos para acabar y va a por todas. Es la que menos he frecuentado, vive lejos, y va a una biblioteca cerca de su casa a estudiar. ¿Te recojo a la hora de comer, cuando yo salga, y vienes a mi casa a comer? Te llevo después del café de nuevo a la biblio. Y te duchas si quieres. Estoy solo en casa. Funcionará. Le encanta relajarse tras los estudios. Grita mucho, eso sí. Su hermano, otrora amigo, no me habla desde que se enteró de que me la zumbaba. Segundo coito entre las 15 y las 16 horas.
Yolanda de mi vida. ¿Hace dos años que cortamos? Pues desde hace dos años copulamos más que cuando salíamos. No me lo explico. Querida Yoli, ¿te vienes a cenar después del trabajo? Te recojo del tuyo. Salgo entre las 8 y las 9, estoy solo en casa y me tengo que ir a las 11.30 con un amigo a la playa; así nos vemos y sabemos algo el uno del otro. Prepararé tu plato favorito. Mi Yoli era como una especie de ninfómana, y cualquier experiencia sexual en la que pudiera participar pasaba a ser lo primordial en su húmedo horizonte. Tercer coito, alrededor de las 22 horas.
María, tan alta y tan morena. Cuando practico sexo contigo me acomplejo un poco, como te dije, porque mides más que yo. Ya sé que eres baloncestista, pero entre tu altura y tu forma física, a veces uno no sabe si va a rendir adecuadamente escalando entre tus cimas y bajando por tus valles. Vives cerquita, más que Carmen I, y eres la más joven de mi particular grupo. No sé por qué te fijaste en mi, la verdad. Pero es lo que hay. María, guapetona, ¿podrías tomarte una copichuela en mi casa sobre las 00.00 horas? Una nada más. Mañana podrás estudiar sin resaca. Te recojo y te llevo en coche, no te preocupes por la hora. Es que estoy solo en casa, ¿no te lo he dicho? Será breve, porque a la una de la madrugada me voy para casa de un familiar que he de llevar a un pueblo. He de viajar de noche. María es buenaza e inocente, y se anima mucho por las madrugadas porque es más de ritmo diurno, excitándola sobremanera la luna y las estrellas. No sé qué ha visto en mi, insisto. Cuarto coito, entre las 00.00 horas y la 01.00 horas de la madrugada.
Carmen II. Compañera de trabajo. Voluptuosidad a raudales. Fermosura propia de la sinrazón. Cuando ya no pueda más y el depósito esté seco, una mujer como tú hará el milagro. Por eso Tú has de ser la quinta, mi amor. Carmen, guapa, el martes de madrugada vengo de viaje por un asunto familiar. ¿Podría recogerte sobre las 02.00 para dormir juntitos, tal como te dije? Estoy solito en casa, no sé si te lo he dicho. Yo sabía que no se acostaba pronto, que era algo insomne y que le encantaba retozar y hacerse de rogar. Me fiaba muy poco de ella. Me estropea la jugada fijo, pensaba iracundo. Quinto y último coito: entre las 03.00 y las 09:00, cuando el plazo expira. ¿Quién sabe si me espera la Gloria?
Esta era la estrategia sobre el papel, lo cual requería además contactar los días previos con ellas y estar más cariñoso de normal (ya me costaba), aunque fuera por teléfono. Y podían surgir imprevistos, claramente, pero yo creía que más o menos estaba todo lo buenamente que puede estar atado una empresa absurda como la que me traía entre manos.
Llegó el día D. Tremendos nervios. La tarde noche anterior había llamado de nuevo a todas, expresándole con dulces y masculinas palabras los deseos de vernos, una a una, momento a momento, mentira a mentira. Todo parecía ir bien, salvo Carmen II, que no me aseguraba nada. Joder, dormí intranquilo y todo. Los días anteriores practiqué una esmerada abstinencia, intenté descansar más y mejor y practiqué ejercicio. Me entró una duda de última hora al respecto de si alguna de las chicas pudiera tener la regla, pero supongo me lo habrían dicho ya.
Los Hechos
Carmen I llegó sin problemas a casa, a las 8.30 y sin avisar, llamando repetidamente al timbre. Tenía prisa, los ojos desorbitados y venía de caminar algo sudada. Hambrienta, se zampó las tostadas y se bebió el café como si no hubiera un mañana; mientras, mi sentido arácnido iba percibiendo que yo no estaba para nada concentrado en la labor de apareamiento (la puta ropa deportiva). Tan segura estaba ella de que yo quería fornicar, tan práctica y expeditiva como siempre, que tras pasar al cuarto de baño se fue a la habitación que ya conocía metiéndome prisa...¡Venga, que llego tarde! Gorki no estaba muy operativo, la indumentaria sport de ella no ayudaba (el sudor tampoco), así que me esforcé en animarlo, y tras unos instantes, estaba dentro de la cueva de Carmen I. No fue gran cosa, fue muy mecánico y sin sorpresas por parte de nadie. La inercia del pasado me incitaba a ponerme inmediatamente estudiar, acostumbrado como estaba a sus estudius interrruptus coitales. Dos besos y hasta la vista. Primer coito: 09: 15 horas. Sosete, con ropa deportiva de por medio, sabor a desayuno sudoroso. ¡No tengo que estudiar!
Tras salir del trabajo recojo a la hora acordada a Julia. Está contenta, casi eufórica, pues va bien con las asignaturas. Mejor. Le pregunto por su hermano, refunfuña y me llama cabrón. ¿Yo qué he hecho? Me dice que estoy más delgado y me dan ganas de contarle que en estas 24 horas voy a perder algo más de peso. Yo le iba a decir que ella no está más delgada, al revés, pero me lo pienso en aras del éxito de la tarea en ciernes. La llevo prosaicamente a un macdonalds cerca de casa, pidiendo desde el coche, y comemos en mi humilde morada como cosacos. Ni de coña me ponía a cocinar. Y Julia tiene buen saque. Ya en el café hay toqueteos, y ahí mismo, en el sofá del salón, el segundo de los cinco teóricos coitos queda confirmado. Segundo coito: 15: 40 horas. Sigue gritando. Aprobará sus asignaturas. Será una gran abogada.
Yolanda fue recogida en el sitio y a la hora señalada con puntualidad española, o sea, media hora tarde. Mea culpa. En esa época no había móviles y no se podía avisar. La cara que tenía cuando subió al coche era de cabreo. Menos mal que su ninfomanía galopante me salvó el trasero. Compré, que no preparé una comida repugnante thailandesa que le encantaba, con lo que el careto le fue cambiando poco a poco. Las fuerzas empezaban a flaquear, pero con la tremenda imaginación que suele tener una enferma del sexo es posible remontar bajones físicos propios del día y del trabajo, y del esfuerzo ya realizado. Tercer coito: 22:30 horas. Posturas raras. Como siempre, su cara refleja cierta insatisfacción. No te hundas por ello, Gorki, nos han dicho cosas peores.
(El cuerpo empieza a doler; Gorki empieza a quejarse; reposo del guerrero; bebo medio litro de leche, pues una fuente fiable me informó de su gran poder resucitador; pequeñas victorias se van acumulando).
Voy a por María dándome cuenta de que no estoy disfrutando del día. Que voy estresado entre horarios y dudas sobre si voy a poder finalizar con éxito (y Carmencita II me inquieta). María me sonríe en cuanto me ve, y a mi me cuesta ya devolver la sonrisa (una de las conclusiones a las que llegué es que practicar sexo afecta a la musculatura facial y a la mandíbula). Dice que le hace ilusión venir a tomar una copa a mi casa, de noche. ¡Cómo te conozco, María!¡Cómo te seduce la noche! Licor suave para ambos, relajados, notando yo que ella está más en celo que mi apagada persona humana. Ella hace el trabajo, y lo hace tan bien, que rindo, para mi sorpresa aún funciono, uno de mis grandes temores. Te quiero, Gorki. Me dejo hacer ante la envergadura de la morena. Tus deltoides contorneados me engullen al abrazarme como una mantis religiosa. ¿Esos cuádriceps alargados son prolongaciones de tus labios mayores?. ¡Qué abdominales, señorita, son como una escalinata perfecta hacia tus pechos!. Cuarto coito: 00:15 horas. De manera pasiva, saboreo la anatomía de una diosa, que me devora entre músculos contraídos.
(Preocupado por Carmen II; destrozado físicamente, me duelen todos los músculos; Gorki no me habla; no quiero más leche; ¿me voy a rendir ahora?)
La cabrona de Carmen II no me ha confirmado nada. La he vuelto a llamar y ni lo coge. No lo pienso y me planto sobre las 02.00 bajo sus bloques. No la veo. Hay gente en los bares cercanos. Me encanta el ritmo de agosto. Bajo del coche para tener más perspectiva, y entonces contemplo entre aliviado y horrorizado (¿podré con un quinto?) a la hija de Venus como yo la llamaba, o a cualquiera de las tres gracias de Rubens, como mentalmente la denominaba. Viva la voluptuosidad del espíritu, pues yo soy muy espiritual. Sabe que me muero por ella y me hace sufrir adrede. Viene hacia mi riéndose, pero no entra en el coche, parándose ante mi. ¿Te da miedo dormir solo? No respondo, intentando parecer duro y silencioso. Me pasa por la cabeza ponerme de rodillas e implorarle, pero no llego a tanto. No entiende que estoy a un paso de coronarme en el Olimpo de los Machos. Ella estalla en una risotada diabólica y por fin se mete en el coche. Cabrona. Le gusta hacerme sufrir. No me ha dado ni dos besos. Me apetecía estar contigo un rato, le suelto como un gatito pidiendo perdón. Entonces me da un besito en la mejilla mientras me llama tonto, y eso es suficiente para Gorki. Gorki sigue vivo ahí abajo. Carmen II es tremenda, quiere una cervezona en casa, y nos tomamos al final tres cada uno, mientras contemplo sus muslos y sus labios y escote. Gorki es indestructible, pienso, porque soy yo el que sabiendo lo que se juega (mi reto) toma la iniciativa y alcanzo a estimular todas sus zonas espirituales, porque yo soy muy espiritual. Cuando presencio cómo disfruta el espíritu de Carmen II, me veo capaz de todo, no necesito química externa, la interna que he generado endógenamente me lleva a creerme un superhombre, y aunque lógicamente todo se retarda mucho más de lo recomendable para mi nivel físico en esos momentos, el volcán acaba erupcionando en lo que ha sido la batalla carnal más larga de mi vida. ¿Qué te ha pasado? Creía que te iba a dar un infarto, me dice algo estupefacta. Estaba algo cansado por la hora, nada más, le respondo volviendo a encajarme la mandíbula. Lo he conseguido, y me tumbo a su lado exhausto y sudoroso, como si me hubieran pegado una paliza, y con Gorki pidiendo el divorcio y rehabilitación. Y como le prometí, nos dormimos finalmente. Quinto Coito (¡¡¿Quinto Coito?!!): 05: 20 horas.
Volviendo al presente
Mi amigo ha puesto varias veces cara de incredulidad con mi relato. Como va más bebido que yo, pues yo he hablado más, no atina a decir nada. Abre la boca un poco, incluso eructa. Mi relato solo merece un eructo. No sé si se ha enterado bien, pues yo me he acabado emocionando y he hablado en demasía. Pagamos en silencio, y nos prometemos no revelar nunca lo mutuamente confesado. Nos apretamos la mano y nos despedimos.
Reflexiones finales
Haber recordado en voz alta esta historia ante alguien, mientras me oía a mi mismo, así como escribirla, me ha supuesto pensamientos paradójicos, enfrentados, extraños.
Por un lado, rememorar la juventud suele ser hermoso. Al mismo tiempo, rememorar lo que ya se ha ido para siempre es doloroso. Aunque nada pueda hacer volver la hora del esplendor en la yerba, de la gloria en las flores, no debemos afligirnos porque la belleza subsiste siempre en el recuerdo...Tener de nuevo 24 años, tener fuerza y vigor, amar de esa manera a mujeres también jóvenes...Todo se ha marchado para siempre. Me volví a sentir un Dios del Olimpo, que vivía en una casa de cristal. Volver a ser inmortal.
Mientras lo contaba o mientras lo escribía, me parecía un relato inmaduro, infantil, machistorro y vulgar. Paralelamente, necesitaba confesarlo, como si hubiera una necesidad no de ser admirado por ello, sino de redención, de admitir una conducta asquerosilla por mi parte. No oculto, para colmo de contradicciones, que aún me produce orgullo de macho bravío, no puedo evitarlo.
Todos estos pensamientos se mezclan revoloteando en mi cabeza ya puretona, sin juzgarme a mi mismo. Los dejo revolotear como tantos otros pensamientos que me atormentan. Todos esos pensamientos supongo conforman una buena neurosis. Voy a buscar un buen psicoanalista.
Notas Finales: 1. La hora de los coitos refleja la hora en la que finalizaron los mismos. 2.Gorki y yo hicimos las paces.
Es sin duda una proeza, y no hablo sino de su determinación y capacidad de organización; me admira quien es capaz de forzar al destino con astucia. Mis respetos a Gorki.
ResponderEliminar